LETRONAUTA Polvo de estrellas | Wilberto Palomares


Una oscura y cálida noche, hace algunos millones de años (no importa cuántos realmente), un hombre encorvado, incapaz aún de articular más que gruñidos se aventura más allá de la caverna en la que ha vivido desde que puede recordar. Sólo hay oscuridad. Los rugidos de los animales le amenazan de entre las sombras. Y justo cuando se da la vuelta para regresar atemorizado a su refugio de piedra, sus ojos tropiezan con el manto estelar. Se olvida de la noche, se olvida de las bestias dispuestas a devorarlo. En un intento por alcanzar esos puntos brillantes de allá arriba estira su mano.

Así comenzó la carrera del hombre por alcanzar las estrellas.

Civilizaciones enteras fueron y vinieron. Egipcios, Asirios, Mesopotámicos, Mayas, Aztecas, Olmecas... Todos con la misma fascinación por las estrellas. Dibujando con ellas barcos, guerreros, osos, templos y dioses. Prediciendo el verano y las lluvias de acuerdo a sus posiciones, augurando las cosechas y sacrificios humanos.


El Universo. Ese horizonte inalcanzable, hasta la década de los 60. Un artefacto extraño que nombraron Apolo 11 fue lanzado al espacio, esperando que los hombres en su interior sobrevivieran al temerario viaje; su objetivo, alcanzar La Luna, y luego, al infinito.

El 20 de julio de 1969, el hombre pone un pie en La Luna, primero uno, luego el otro. “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad” dijo Neil Armstrong al dejar su huella en el polvo lunar… y ya nada fue igual. Hay un antes y un después de aquel día. Se borraron los límites, podemos alcanzar las estrellas.

Desde entonces, la llamada carrera espacial ha acelerado su marcha año con año. Las grandes naciones compiten cada vez más con mayor ferocidad por llegar un poco más lejos que el país vecino. Los observatorios astronómicos han brotado como hierba con las primeras lluvias por todo el mundo. Pero no todo es competencia. En 1990 La Agencia Espacial Europea y la NASA unen esfuerzos y ponen en órbita al telescopio espacial Hubble, que ha logrado capturar en imágenes más de un millón de cuerpos celestes, entre ellos 10,000 galaxias.

El hombre siempre ha querido alcanzar las estrellas. No sólo con los viajes espaciales y los teoremas matemáticos imposibles de entender, también con el arte. Son numerosas las referencias al universo en la literatura, la música, la pintura… las 7 musas se adueñan de las estrellas y soplan ideas a los oídos de los artistas.


La noche estrellada de Van Gogh, El niño estrellero de Poniatowska, los maravillosos cuentos de Verne y los terroríficos relatos de Lovecraft, Margarita de Rubén Darío, las Odas de Neruda… ¿qué sería de nosotros si no intentáramos alcanzar las estrellas?

Hoy tenemos satélites donde jamás pensamos habría. Tenemos uno haciendo guardia en Marte, nuestro vecino rojo, buscando vida o vestigios de vida. Tenemos otro que recientemente ha sobrepasado a Plutón, hemos atravesado nuestra última frontera, nuestro Sistema Solar Exterior. Buscando, siempre buscando. Aunque millones de años nos separan de aquel hombre encorvado de las cavernas, no estamos tan lejos de él. Seguimos mirando al cielo cada noche, imaginando historias increíbles siguiendo los puntos blancos y brillantes del manto nocturno.

A pesar de tener potentes telescopios, numerosos satélites mecánicos con grandes lentes y sofisticadas naves espaciales, seguimos soñando como nuestros ancestros, seguimos estirando la mano, cada noche, tratando de alcanzar las estrellas.



WILBERTO PALOMARES. Autor del libro Supervisor de nubes, publicado en febrero de 2015 por el CONACULTA. Finalista del concurso de poesía "Vientos de octubre" en España en el año 2011. Egresado del taller de creación literaria "Cuentos" impartido por el reconocido escritor y compositor Armando Vega-Gil y del taller "D Generación Literaria" impartido por Agustín Benítez Ochoa. Dramaturgo de los unipersonales “Dijo que se quedaría... y le creí” y “Loca de amor”. Autor de al menos 70 cuentos y tres novelas. Actualmente trabaja en su cuarta novela La noche de los girasoles y en la antología poética De vaqueros, trenes y poetas.


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